Lucía, como casi todas las chicas y chicos de su edad, vive pendiente de sus redes sociales, donde no teme exponer su vida totalmente. Éstas han ocupado un protagonismo enorme en estos días. Lucía es una chica de 18 años que, a veces, ayuda a su tía María en el estanco de la esquina de casa. Diariamente acude a Universidad Complutense de Madrid donde estudia Derecho, aunque ahora, la mayor parte del tiempo se queda en casa cuidándose del virus. Cada vez que la veo, siempre los sábados por la mañana, entre libros, cigarrillos y revistas del corazón, está más preocupada en cómo lucir bien atractiva para su Instagram y su Tik tok, que en ayudar realmente. Pero desde hace dos meses su sonrisa se ha visto de alguna manera truncada. La mascarilla ha ocupado ese espacio. Sabe que es más importante cuidar de su salud que presumir de su juventud. Aun así, se las ha arreglado para convertir su mascarilla en un símbolo de identidad propia, algo que la diferencie de los demás. Ha comprado por internet unas hechas a medida y con diseños propios; le ha sumado, además, pequeños parches de lentejuelas y adornos varios.

Desde hace dos meses, una realidad atroz nos ha obligado a acostumbrarnos a usar mascarillas para impedir el contagio del covid. Entonces supimos que como sociedad nos veríamos obligados a aprender a cuidarnos desde la intimidad, y a tomar en cuenta medidas de cuidado higiénico por el bien de uno mismo y de los demás. Occidente no previó que conceptos como el distanciamiento social fuesen a tener una importancia vital para la sociedad. Queremos creer que el uso de las mascarillas y otras normas de convivencia será simplemente coyuntural. Así que, ante las actuales condiciones de salud global, nos hemos visto abocados a poner el bien social por encima del personal, como una de las maneras de evitar el contagio y el incremento incesante de expansión del virus. Por ello, a partir de hoy jueves, será obligatorio usar las mascarillas en toda España como parte del plan de desescalada. El negarse a llevarla en según qué circunstancias será penado con multas severas. A pesar de lo incómodas que son de llevar, el calor que generan y lo antiestético del asunto, la sociedad occidental tendrá que irse acostumbrando a usarlas. ¿Hasta cuándo será obligatorio su uso? Aun no lo sabemos, dependerá de la capacidad que tengamos de hallar una cura para el virus. ¿Pero será Occidente capaz de mantener la costumbre de usarla de manera natural, como lo ha conseguido desde hace mucho tiempo Oriente? Para los países asiáticos, su uso es algo frecuente y normal. Para ellos tienen implicaciones diversas. Desde evitar la contaminación ambiental, hasta mostrar el respeto a sus semejantes. Quizás, es una manera de verse ellos mismos como sociedad, como un ente común y no tan privado, donde el “nosotros”, aún permanece por encima del “yo”. Puede ser quizás un valor intrínseco de vivir en armonía por respeto y solidaridad, poniendo el bien común por encima del bien individual.

La mascarilla ha conseguido ponernos a todos a un mismo nivel, al ser incapaces de mostrarnos sin reivindicar nuestro estrato social, porque ante la nueva realidad, donde un virus no perdona ni se preocupa por diferenciar clase sociales ni raza, es una razón más para equilibrar la balanza. Para muchos, el uso de la mascarilla se convierte, en este nuevo escenario, en un problema al tener que dejar de mostrar su individualidad, en pos de un bien mayor y social. Lo social se impone hoy a lo individual. Si mis vecinos se curan y se cuidan, yo me curo y me cuido y viceversa. El uso de las mascarillas es sólo un símbolo de nuestra realidad ahora mismo, y nos pone a todos en un mismo nivel, rechazando el individualismo y poniendo por encima de todo a la sociedad en conjunto. Aun así, el individuo necesitará marcar su individualidad ante la pérdida de la misma por causa de un bien mayor.

Este virus nos enfrenta a un dilema enorme, la salud de millones de personas está en juego y determinadas medidas para combatirlo ponen en tela de juicio la libertad individual a favor de la libertad del grupo, del conjunto de la sociedad. La pandemia, nos está llamando a pensar y a actuar como sociedad, a ser entes menos individualistas y más sociales, más solidarios, más cooperativos porque es la única manera de sobrevivir a ella. No es simplemente que un virus nos ha tomado por sorpresa, si no que durante todos los miles de años que ha durado la evolución humana, ha quedado nítidamente demostrado que, sin cooperación, sin solidaridad, sin la capacidad del ser humano de tender una mano a sus semejantes, no se podrá llegar muy lejos. Desgraciadamente la sociedad contemporánea a veces se olvida de esos conceptos que la han conformado. Habrá que ver a partir de ahora, nuestra capacidad en medio de la desescalada de pensar en el bien común antes que en nuestra propia comodidad e intereses. Nuestra sociedad occidental contemporánea, siempre ha rechazado la idea de algo que implique la cesión de nuestras libertades individuales. Esta es una de ellas. ¿Intentaremos reivindicar nuestros valores y nuestra bien ganada libertad por encima del bien común? ¿O como seres humanos abordaremos este nuevo matiz de la pandemia, como seres que saben que deben vivir, convivir y sobrevivir en sociedad?

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