Hay un lugar entre las montañas,
más allá del camino que no lleva a ninguna dirección
es un estanque dormido
Tendrías que pasar el valle dorado por las siembras y sus girasoles
Vadear el rio infestado de desvíos y saltos de varios metros de altura
Encontrar la diana empapada de verde,
luego el mapa que algún viajero extravió, y más allá, a la derecha,
las flores que llevarás en tu frente
Desandar las laderas de una montaña tan pretérita como la vida misma
Con sus cicatrices expuestas, sus pasos infecundos
Escuchar tras franquearla,
la algarabía de los pájaros pernoctando tras la escapada silente del sol
En ese lugar las aguas subterráneas lo mantienen vivo, le dan de comer para permanecer
La naturaleza exuberante lo acompaña en su dormitar, en sus recurrentes remolinos
Los animales del lugar se acercan a hacerle compañía, a ser el reflejo en sus aguas
A perdurar en su humedad como permanece el estanque en sus días
Pero a veces el estanque deja de ser la quietud
A veces las sombras se acercan demasiado, le rodean y le exigen
Y entonces será un estanque de tormentas
Un diapasón sin nombre, un enjambre incontrolado, un murmullo siniestro
Una fuerza invisible que aleja a todos sin preguntar, sin pedir permiso
Y se convierte en el depósito de todos los males
En el recodo de cada una de las miserias
Y se olvida de la paz, del murmullo exquisito, la espera cálida antes del ocaso
Olvida su nombre, sus aguas dejan de ser húmedas para convertirse en fuego y escoria
Y las tormentas delimitan sus orillas, evacuan sus odios
Desdibujan su recuerdo y lo dejan exhausto
vacío de todo cuesta verlo así, duele recordar la imagen que fue
y todo dura una extensa jornada
luego la magia regresa a el
se despierta y no recuerda nada, ni siquiera sabe de sus bordes
de sus pesados estruendos, sus afligidos vendavales
¿qué poder tiene ese estanque de tormentas?
que suerte de renacer después de la muerte.
