Vivir la ciudad, en su completa soledad tiene sus partes buenas y otras malas, como todo en la vida, que siempre está llena de contradicciones. Recorrer la ciudad, a solas, es un lujo que casi nunca, por no decir jamás, se nos ha regalado. Recuperar los pasos, que, en otro momento estarían repletos de inseguridades o contratiempos, y recorrer las grandes avenidas de cualquier ciudad sin el temor de ser atropellados por un ciclo motor, una patineta o ser agobiados por el incesante sonido de los cláxones de los coches, es un lujo. Cierto es que ante la casi permanente realidad nos vamos cansando de no poder llevar a cabo las cosas que necesitamos hacer, que nos cuesta mucho a la imposibilidad de recuperar nuestras vidas, y regresar a las calles es una de ellas. Rescatar nuestras rutinas, si hay algo que determina al ser humano, son sus rutinas. Pero algunos se olvidan de que no es aconsejable por el momento. Algunos olvidan que hay gente que muere cada segundo del día y de la noche en este planeta, gente buena, amable, con un mundo entero por recorrer y vivir, y también gente mala que su único fin es hacer la vida de los demás lo más miserable posible. Los hay sin dudas normales, anodinos o extraordinarios, gente repleta de sueños por vivir, otras que ni siquiera tienen las ganas o la posibilidad de soñar porque carecen de las herramientas o las posibilidades. Hay cientos de miles de ellas que poco o nada han aportado al desarrollo humano, porque han sido mezquinos, egoístas, avariciosos. Otros que, sin embargo, han regalado su sensibilidad, su inteligencia y su humanismo, al progreso de nuestra especie con su trabajo día a día. Esos que han aportado su buena energía por el bien común y a pesar de todo, han corrido la misma suerte. El covid no perdona.

Hay cientos de miles de personas muriendo ahora mismo por culpa del covid. Otros miles ya han partido, y a pesar de eso, muchos de sus congéneres se preocupan más por la imposibilidad de ir a un restaurante o tomarse una cerveza en el bar de la esquina, o por el impedimento de irse de viaje y poder vivir sus merecidas vidas. Son tan inconsecuentes que a pesar de todo lo que está cayendo, se lanzan a las calles en medio de un confinamiento a poner a los gobiernos contra las cuerdas, sea de la ideología que sea, como si ellos fueran capaces de hacerlo mejor, sobre todo, porque las medidas que se toman por el bien común, no les permite a ellos recuperar el modo de vida perdido, el que hemos perdido todos, desgraciadamente. Pero creo que hay prioridades de elegir, unas que pasan por encima de nuestros egoístas deseos, unas que nos determinan como miembros de una sociedad donde, aunque no lo queramos, todos dependemos de todos para sobrevivir. Es un axioma que ha quedado demostrado desde que el primer antepasado nuestro necesitó vivir en sociedad y recibir la ayuda para cazar o cosechar lo que les alimentaría.

Tenemos cientos de maneras de disfrutar nuestras vidas, tan diversas como la humanidad misma ya sea dentro de la ciudad o del resto del país. Llevarlo a cabo es lo más normal del mundo, bueno lo era hasta que esto nos ha invadido. Pero ¿cuesta tanto entender que hay millones muriendo?, que hay miles, decenas de miles de personas en una seria situación de riesgo permanente por la edad o por enfermedades previas. ¿Cómo es posible que algunas personas que tanto claman por recuperar esa “libertad perdida” no sientan la más mínima empatía hacia sus semejantes? ¿cómo es posible que sean capaces de negar una situación tan dificil, que nieguen la existencia misma del virus o su capacidad demoledora de matar y sus radicales consecuencias para aquellos que físicamente no consiguen combatirlo?, simplemente porque no pueden recuperar nuestro antiguo modo de vida perdido.

Ahora mismo me encantaría tener la posibilidad de estar haciendo lo que más me gusta y no estar perdiendo el tiempo desde hace 6 meses encerrado en un apartamento. Hay un sinfín de posibilidades que ahora mismo estaría aprovechando de no estar viviendo junto a millones de personas esta extraña realidad. Muchas de ellas son determinantes para mantener a raya nuestra salud mental y nuestro equilibrio emocional. Pero entiendo que no es posible, porque hay una situación de excepción que pide la colaboración de todos como un grupo social unido, pero también como entes privados para apoyar desde nuestra postura individual el bien común. No son horas de pedir que abran un bar, una discoteca, negocios que no sean esenciales a pesar de que todos lo queremos y en algunos casos lo necesitamos, pero no es ni aconsejable, ni lógico, utilizar la política y los derechos humanos para clamar por una libertad que no nos ha sido robada, aún. La libertad tiene otras caras, otras facetas a través de las cuales se manifiesta y en la que puede ser medida y comprobada para poder llegar a entender y comprender de qué manera nos está siendo sustraída y el clamor generalizado de que nos quedemos en casa por el bien común no es una de ellas.

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