Fuera de estas paredes hay una guerra, ahí mismo, en mi jardín, la vida se debate entre detenernos, quedar paralizados, quedarnos callados, acurrucados por el miedo, o continuar luchando con puños y ganas y combatir sin duda. Es una guerra silenciosa, casi sin estruendos, sin casas arrasadas por bombas inteligentes como en los Balcanes con, sin mostrarnos las horribles escenas de decapitaciones que polarizaron los noticiarios de medio planeta mientras comíamos al mediodía un plato de lentejas, cuando, los huesos y la sangre inerte por doquier tras la ocupación de Bengasi, por las tropas de Gadafi, era lo cotidiano, lo común. En esta guerra, las cruentas batallas no se exponen al ente público como se expuso el legado de las minas antipersonales en Angola, donde, el 15 de enero de 1997, una atrevida princesa conseguiría lo impensable, ni se verán los pueblos arrasados por la bota extranjera sin ser los protagonistas de nada. Pero era tan espantoso de vivir y de sentir como la impresión, que, de tanto exponerse, se convertía en una realidad trivial y fácil de digerir.

Ahora, fuera de nuestras paredes, hay una guerra a muerte contra un virus. Esta minúscula partícula de nada, pero con la sabiduría de reproducirse vertiginosamente, ser corrosiva y letal. Posee el don de la paciencia y la inteligencia para agazaparse y esperar por las víctimas. Sabe que aún le queda mucho por andar porque nos tomó a todos por sorpresa, porque ha jugado haciendo trampas y ha ido saliendo vencedor. Es una guerra que puede ser de vida y muerte, donde el alma social de la humanidad empuña con fuerza su única verdad, la de la sobrevivencia, y tiene en jaque, su subsistencia. Las guerras siempre, o casi siempre, suelen tener vencidos y vencedores a pesar de que casi siempre la gana quien escribe la historia. Por un momento creímos que esta solo tendría vencidos, millones de personas atenazadas por el miedo y la furia de un minúsculo e invisible ser con la autoridad letal de dejarnos en casa para siempre. El tiempo está pasando y con ello nos vamos agotando. Pero, a pesar de todo, la suerte parece estar de nuestra parte, la situación desigual se está revirtiendo y quizás con un poco más de resistencia, podamos ganar esta guerra por el bien mismo de la humanidad.

Pero, aunque muchos se nieguen a escuchar y a no observar, sabemos que esta no será la única guerra que nos toque vivir. No hablo de guerras convencionales que desgraciadamente tan acostumbrados estamos a verlas que ya ni causan estupor. Pero debemos estar conscientes que guerras similares a estas están por llegar, porque la degeneración del equilibrio ecológico las va a propiciar y nosotros también. Es posible que estemos preparados para las que vendrán, pero lo más seguro es que a pesar de este aprendizaje forzoso, nos volverán a sorprender y la búsqueda de la solución cada vez ser hará mucho más complicado. Solo nos queda estar alertas, alargar la mirada, no agachar la cabeza y confiar en nosotros mismos, en nuestra capacidad para generar un cambio a fin para todas las especies que conviven en nuestra única casa, para ser más amables con los que nos rodean sean humanos o animales. Una vez que seamos conscientes de ellos, entonces podremos decir que estamos preparados para continuar.

Lo mejor de esta guerra, y a pesar de ser una guerra, es que pone de manifiesto que aún existe latiendo el alma social de la humanidad, que cientos de miles de hombres y mujeres en todo el mundo se siguen uniendo en pos del bien común, que han identificado un enemigo común para acercar las diferencias y alejar las mezquindades. Que no importan las razas y las culturas, ni las clases sociales para ser su víctima ni para ayudar a combatirlo. Ha demostrado que el ser humano aún está lleno de una bondad extrema, que los resortes que nos mueven, que nos indican cómo reaccionar, como sentir amor por los demás, siguen intactos, a pesar de que esta globalización galopante que desdibuja la realidad que somos, y que a veces sentimos que deja de lado y muy atrás, las principales características de nosotros como seres humanos. Si pegamos el odio a la pared, si nos dejamos llevar por la brisa que nos invade cada mañana y conectamos con esa energía que está allí afuera, seremos capaces de subir a esa corriente que fluye, que invade cada porciento de espacio vital de nuestras ciudades para sumarnos a la resistencia, a ese deseo expreso de una sociedad planetaria que necesita armarse de coraje, que persiste en continuar, que siente y anhela un mejor momento para todos y por el bien de todos y que demuestra que esta guerra que a todos ocupa se puede llegar al final con la intensidad y el decoro suficiente si todos nos unimos.

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