Ana Laura, suele llamarme muchas veces al día, sobre todo por whatssap. Invade mi vida con una facilidad enorme, y yo, no me quejo, por el contrario, me gusta creer que algo existe en mi personalidad que consigue captar a una chica mucho más joven que yo. Hoy, como cada mañana, me despierta con su peculiar sonrisa y esa cara de haber recorrido mucho, sin apenas años, pero con un corazón enorme, que no hay manera de decirle que no a nada, ni tan siquiera al hecho de que me saque de la cama a una hora prohibida para mi cuerpo. Tomo el teléfono, abro la aplicación y allí esta ella, con su cara desenfadada, alegre, abarcando la pequeña pantalla de mi teléfono con una mirada repleta de certidumbres diciéndolo todo sin apenas decir nada. Una cara como sólo puede tenerla cualquier chica que no rebasa los 25 años, lo que significa que suele venir con un nivel muy bajo de preocupación y uno muy alto de buenas energías. Lo primero que me suelta, sin apenas saludar ni decir los buenos días, es que, “¡¡¡daría cualquier cosa por poder abrazar a alguien – y acto seguida grita como si fuera la única en el mundo- … mi reino por un abrazo!!!…” Me río junto a ella, le doy la razón, me explica que no puede más, que necesita tener y sentir el calor de otro cuerpo junto al de ella, que cree que va a terminar sembrada en una maceta, como un cactus buscando a otro cactus para poder sentir algún tipo de sensación con las espinas, o, con suerte, procrear bebés cactus. Nos echamos unas risas y vamos pasando, luego, de tema en tema. Bueno, generalmente son sus temas, y yo sólo me dedico a escucharla, a observarla, a aprovechar cada gesto despreocupado de su cara, de su juventud para intentar apropiarme de ese vital sentido de la vida, de ese particular lugar tan de ella donde sólo hay un depósito enorme de buenas energías que conceder. Media hora larga después, consigo que me deje continuar con mi mañana, me preparo el desayuno, y mientras tanto, pienso en lo que me dijo. Me descubro a mí mismo, como si hubiese pasado un siglo sin haber tenido contacto real y humano con alguien que no sea mi marido, y, como ella, anhelante de poder recibir o dar un buen abrazo de verdad, con el simple deseo de abrir mis brazos, mi pecho y mi espíritu y recibir a un amigo cualquiera en la íntima cercanía de ese roce cuerpo con cuerpo, sin que medie de por medio, más que la intención de demostrar amor, calidez y cercanía. Por las apremiantes circunstancias, casi hemos perdido la costumbre, de abrir nuestros brazos, acercarnos a los demás, y brindarlos al que los necesite, con la libertad con que solíamos hacerlo un año atrás.

A pesar del distanciamiento, al menos en Madrid, han existido momentos en que las medidas han sido más laxas que en otros lugares, no digo que esté bien o mal, sólo digo que eso ha posibilitado, que la vida, tal y como la recordábamos, pudiese seguir su camino con una peculiar regularidad, y con ella, nosotros intentando retomarla donde la dejamos. Hemos regresado, con determinadas medidas a tomar en cuenta por nuestro bien, a los lugares comunes que solíamos visitar, hemos quedado con amigos, y hemos sentido de cerca la reconfortante sensación de calidez que nos regalan su amistad, pero nunca más nos hemos vuelto a abrazar, nunca más hemos podido sentir esa sensación de cercanía que brinda el roce de la piel. Algo no ha vuelto a ser como era antes: ha sido la carencia de libertad para volver a tocarnos sin complejos, sin miedo, sin el temor de estar incumpliendo con cientos de leyes de distanciamiento social por nuestro bien y el de los demás, o con la posibilidad de que mi mejor amigo me contagie. Ha aparecido una forma ridícula de saludarnos, chocando el codo con el codo de nuestro semejante, pero, aunque pongamos en el acto de hacerlo todas nuestras buenas intenciones, nuestros mejores deseos, toda nuestra buena energía y mejores sentimientos, sabemos que no es suficiente.

Necesitamos más. Nos merecemos poder tomar a la persona que queremos y abrazarla como si recién llegasen del Polo Norte tras una extravagante expedición, como si llevásemos años sin verlos porque estaban en el África Subsahariana cooperando contra el hambre. Quiero sentir que entre los dos la separación es solo física y no mental y que un buen abrazo nos devolverá a un tiempo pretérito mucho mejor y solucionará cualquier discrepancia espacio-tiempo, y, sobre todo, los posibles desajustes de cualquier clase.

Investigando un poco sobre el tema, encontramos mucha información de diversa índole donde se cuenta el supuesto origen de la acción. Algunos autores creen que quizás fue una cuestión de instinto animal. Venimos al mundo saliendo del útero materno buscando seguridad, recibir calor, obtener protección. O de manera contraria, procurando brindar cuidados, generar confianza y empatía. “También se cree que, en un momento determinado se usó para demostrar lo contrario, al nacer por la desconfianza. Se especula, que, en la antigua China, en el periodo del emperador Qin shi Huang, los militares se palpaban para comprobar que no estaban armados. Era la manera de realizar lo que hoy conocemos como cachear, intentando comprobar con los abrazos, que el sujeto estaba desarmado”-.

Cuando das o recibes un abrazo, existe una comunión en los astros, ellos se alinean, se atraen y se contraen, y se genera entonces, “una liberación de una hormona denominada oxitocina, conocida como la hormona del amor, que es un neurotransmisor que actúa en el sistema límbico, el centro emocional del cerebro, fomentando sentimientos de alegría que reducen la ansiedad y el estrés” … y se puede llegar a compartir impresiones y pensamientos que nos unen muchas veces sin hablar.

Según Freud: “el ser humano nace indefenso, mucho más indefenso que los animales, y necesita de la asistencia de la madre. Sin esta asistencia, el ser humano muere, o sea, no puede desarrollarse por sí mismo”.

Porque créanlo o no, todos necesitamos de todos. Es imposible poder vivir sin la ayuda de los demás y viceversa, al menos vivir una vida plena y feliz, claro está. Ni mi amiga Ana Laura ni yo, y estoy seguro de que ni tú que me lees, soportan más la idea de no poder volver a abrazarnos, no poder volver a besarnos a pesar de que ese hecho tenga el poder de transmitir millones de patógenos, porque sencillamente es una cuestión de vital necesidad, porque significa entrega mutua. El poder compartir sentimientos de amor, de solidaridad y complicidad, nos identifica como seres humanos racionales.

Para mí, no hay nada como dar o recibir un caluroso abrazo, uno que se sienta de verdad, uno que no deje duda alguna de lo que sienten por ti o sientes por los demás, uno que esté carente de algún tipo de recelo, de temor, uno que no necesite ser pensado y analizado, uno en el que no tenga que mediar una palabra de seguridad para evitar un posible contagio, uno que tenga la incapacidad de marcarte con una letra escarlata, uno que se pueda dar a pecho descubierto. Abrazar a la persona que quiero, es poder acariciar su alma, unificar en un gesto un abanico enorme de sensaciones personales, cordiales y de amistad, porque con la intensidad de un abrazo, se puede decir todo. Porque así somos los seres humanos, así somos cuando queremos ser enfáticos, cuando queremos demostrar cuánto nos importan las personas que tenemos cerca, y sabemos estrecharnos entre los brazos en señal de cariño y cercanía.

La pandemia nos ha marcado, nos ha hecho daño y desgraciadamente aún lo sigue haciendo. Pero espero que todo este asunto no deje huellas en nuestro subconsciente que nos hagan evitar retomar nuestra humanidad y nuestro modo de vida. Espero que no persista el miedo, que no perdure ese distanciamiento social levitando en nuestro ámbito social que nos ha consumido durante un año. Deseo que seamos capaces de retroceder en el tiempo, recuperar esa sensación asombrosa y extraordinaria de ir repartiendo abrazos, mimos y besos a todo aquel que necesitamos tener en nuestras vidas. Somos millones los que nos hemos tenido que limitar de mostrar ese tipo de gestos y de sentimientos, pero ya no es suficiente con saber que en el abrazo puede estar el peligro. Necesitaremos poder pasar página de una vez, necesitaremos poder sentir en nuestro pecho la calidez de otro cuerpo humano que te quiera bien. Necesitamos de alguna manera recuperar nuestra humanidad, esa manera de mostrarnos como somos y demostrar cuánto queremos, cuánto necesitamos a los demás.

Es difícil ver nuestro andar marcado por el uso de una mascarilla, en sus inicios por el uso de guantes, que nos dieron y no dan protección. Somos, gracias a esas medidas necesarias, unos apestados sociales y eso debemos eliminarlo cuando podamos. Recuperar esa sensación de intimidad y empatía con las personas que queremos, y de ser posible, cambiar nuestro reino por un abrazo.

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