Yo tengo una muy buena amiga que vive en una realidad paralela, o sea, en Cuba. Un mundo en el que es fácil hablar con los gorriones, lanzarse al mar a refrescar nuestros cuerpos o abrazarse al desarraigo, olvidar nuestras mentes saladas, abrigar malas temporadas y acarrear temporales con la risa en la mirada, escupir al sol y maldecir el pan nuestro de cada día, quejarse de los apagones y hasta olvidar nuestros nombres por lo ridículos que suenan. Esta amiga tan cercana, vive alejada, muy a su pesar, de cuanto invento moderno y cotidiano para mejorarnos la vida hay. De todo lo que un simple mortal necesita para poder hacer su vida medianamente interesante, separada de rutinas placenteras y despreocupadas y, aun así, nunca olvida reír. Además, en este funesto año donde medio planeta sigue varado en el tiempo, ella vive en esa realidad paralela donde se sobrevive en tiempos de covid. Nos hablamos vía Messenger de Facebook, con una inusitada frecuencia para ser en Cuba, y estar en un universo paralelo donde las carencias, los problemas simples de la cotidianidad, son enormes molinos de viento con los que, locura mediante, hay que combatir, cohabitar y persistir, como si fuésemos dignos herederos de don Quijote arreciando su locura bajo el sol de La Mancha. Pero lo curioso de todo esto es que cada vez que recibo algún mensaje del más allá, de esa extraña dimensión tropical y caribeña tan desconocida, que resulta ser nuestra común y querida isla, sobresalen entre las líneas de sus enérgicos mensajes, unas ganas enormes de comerse el mundo a bocados con covid y todo y que a pesar del desaliento que sé que la corroe persiste ella en continuar. Creo que, al contrario de atemorizarse con esta tragedia, ha conseguido hacer de tripas corazón y doblegar sus fantasmas y seguir acariciando las ganas de saltar al mundo sin una red de protección y continuar peleando por lo que cree y necesita. Muchos dirán que esos mensajes, viniendo de dónde vienen, llegan hasta mí cargados de una profunda angustia existencial como lo exige su procedencia, que llegan con ese hálito cansado y trasnochado, repletos de berrinches y quiméricos deseos de explotar, de convertir en polvo todo lo que toca mientras sostiene en su mano una antorcha ardiendo. Pero mi amiga tiene la enorme capacidad, y la virtud también, de imponerse a los malos pensamientos, de no creer en los sueños inalcanzables, de que la falta de x o de y, en esa ecuación eterna que es la lucha por la vida (y el pan nuestro de cada día) te pueda joder la jornada y aun así, mantener al final del día una ilusión intacta y unas ganas de vivir que llegan hasta mí con las fuerzas de un huracán y la virtud permanente de la fidelidad y el amor. ¿Cómo lo hace? ¿cómo lo consigue?, no lo sé. Porque para todo el que ha vivido en ese mundo paralelo, sobrevivir en él es una proeza tan enorme como la conquista de Troya por los Helenos.
No quiero decir que mi amiga no se canse, ni que a veces no se sienta muy sola y destruida, que no se disguste, que no se sienta a veces perdida, desorientada en medio de un mar Caribe tan cercado por los vientos, las malas ideas y las peores discrepancias y sin tener muy claro hacia donde remar, ella junto a otros 11 millones de cubanos. A veces no tiene bien claro qué hacer y cómo conseguir los remos, ni siquiera la barca, o esa serie de cosas que son tan esenciales y sencillas y que nos son imprescindibles para vivir de una manera decente y acorde con nuestros sueños más auténticos. Pero en esa dimensión desconocida, que es nuestra isla, todo puede pasar. Es el ejemplo perfecto del realismo mágico, como si hubiésemos servido de inspiración primigenia al Gabo cuando parió su trascendental novela y nuestra isla fuese una nueva reinterpretación del mítico Macondo. Pero mi amiga no se sienta a esperar, no detiene el paso por más alambradas hirientes que encuentre en su camino. Por sus venas siempre corren un tropel de ideas, de ganas y de sueños por cumplir y no puede darse el lujo de detenerse. Sólo la vida ha intentado, y a veces ha conseguido, ponerles frenos a esas bestias, pero no la han determinado. Ella no es de las que se cansan, no es de las que se acobardan, de las que desisten, al contrario, se fascina con las dianas y con las metas. Se pone objetivos y destinos, y aunque le vaya la vida en ello, una vez trazados va a por ellos hasta que lo consigue por más descabellados e imposibles que parezcan.
A veces me escribe cansada (vivir en una realidad paralela donde nada es lo que parece agota, es un cansancio visceral, profundo, lamentable, donde lo más mínimo y pequeño te puede costar horas de búsqueda), sí, claro que sí, las gentes positivas también se cansan y se agobian. Pero la grandeza de su personalidad radica en los resortes que tiene en su carácter para, no quedarse sentada, al contrario, continuar a pesar de todo, agotada de tanto andar y rebuscar en vano. Entonces, me doy cuenta enseguida, por un simple gesto, una simple coma, que algo no anda bien. Pero ella no da su brazo a torcer, no pretende hacerme entender ni mostrar ese pequeño desliz, esa autocompasión lacerante que nosotros los terrestres a veces necesitamos tener. Ella reacciona, pone su mejor cara y aunque puede estar nevando en su cama, puede estar ardiendo su pelo o su frente, muriendo sus plantas, gritando un borracho a un palmo de su cara, ella no se dejará someter. Al contrario, seguirá intentando una y otra vez porque si algo tiene ella, es un depósito enorme de energía renovable, al fin y al cabo, es todo lo que tiene y posee, es su único tesoro, aparte de su hija claro está. Esa realidad paralela donde vive, siempre se contrae, a veces se relaja, casi siempre se estira, es como en un sueño tortuoso o como un limbo de ineptitud, pero ella permanece y persiste. Alicia en el pueblo de las maravillas, esa censurada película de Daniel Díaz Torres es un fiel reflejo, mucho menos edulcorado que el original literario, de lo que persiste hoy día.
Por otra parte, está el covid, un añadido más para esa distopía galopante, poniendo sus propias reglas del juego, en un campeonato de realidades maniqueas. El virus, con un enorme poder de abrazarnos por simple carencia de amor, no se desvanece, pero ella se inventa maneras y ofrendas para regalar vida. La búsqueda, cada día, de lo esencial es un dilema, una trampa permanente para desviar la atención a otros intereses. Pero ella, simplemente, no se quiebra.
La verdad es que los seres humanos tenemos la capacidad sobradamente demostrada, de superarnos a nosotros mismos, en cuanto más dilemas y caminos torcidos tenemos en nuestro horizonte, aumenta más nuestra integridad, nuestra capacidad de subvertir la situación a nuestro favor. Poseemos el don de la resistencia acompañado de la racionalidad, de la capacidad para comprender e idear estrategias que ayuden a conseguir nuestros planes, a sobrevivir, ya sea ante el sitio por años a una ciudad por tropas enemigas, una catástrofe natural que lo arrastra todo a su paso, o una pandemia como esta. Situaciones extremas que tienen la capacidad de sacar casi siempre, lo mejor de todos nosotros. Esa entereza, esa necesidad de cooperar, de arrimar el hombro que está fuertemente ligada al 90 por ciento de la humanidad. Desgraciadamente, de esos 7 mil millones de personas que conforman esa humanidad, hay muchos que navegan entre sus propias y limpias aguas alejados, de ser posible, de todo tipo de contradicción, problemas urgentes y sismos aparentes. No importa que suceda, ellos siempre caen de pie. El 10 por ciento que sobra de todo esto.
Es el caso de mi amiga y de otras tantas personas que conozco en Cuba, donde todo es difícil y nada es fácil, y sin embargo, la solidaridad humana es aún hoy en el siglo XXI, una cuestión de fe, una necesidad de apoyarse los unos en los otros y salvar situaciones límites a golpe de camaradería y fraternidad nacional. Porque así somos, y espero que así seamos en el futuro. Siempre con la soga en el cuello, siempre con el agua intentando hundirnos, y siempre “la maldita circunstancia del agua por todas partes” … que nos ha determinado tal y como somos hasta ahora.
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